Mientras Roma arde en rumores y las cámaras enfocan una chimenea aún inactiva, el verdadero cónclave ya empezó. No es el que se celebra en la Capilla Sixtina, sino el que transcurre en los pasillos, en los almuerzos discretos y en los mensajes que viajan a toda velocidad entre cardenales, embajadas y periodistas acreditados. La pregunta no es solo quién será el próximo Papa, sino quién está moviendo los hilos para que lo sea.

La renuncia de Benedicto XVI dejó una marca imborrable y el papado de Francisco, con sus reformas y sus gestos incómodos para la curia más conservadora, activó un campo minado que ahora amenaza con explotar. El cónclave que se avecina no es simplemente una elección: es una batalla por el legado. Hay quienes quieren continuar con la tarea del argentino, y otros enterrarla con él.
Los nombres que circulan con más fuerza en la previa no son una repetición automática de cónclaves pasados, pero muchos provienen de recorridos ya consolidados dentro del aparato vaticano.
El filipino Luis Antonio Tagle, símbolo de la proyección asiática de la Iglesia, aparece una y otra vez en las apuestas. Aunque su perfil se considera demasiado pastoral y demasiado “Francisco”. Eso le resta apoyos entre los sectores más reacios al reformismo. En los corrillos vaticanos se murmura que “no tiene base” en el colegio cardenalicio, lo cual en política romana es como decir “simpático, pero no nos sirve".

El italiano Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, carismático, dialoguista, e identificado con la Comunidad de San Egidio -que se caracteriza por la oración, la atención a los pobres y el compromiso por la paz- parece tener una imagen fuerte dentro y fuera de Italia. Su perfil gusta a quienes desean una Iglesia abierta, pero sin el vértigo reformista de Francisco. A su favor juega también la carta geográfica: después de un Papa argentino, volver a Roma podría leerse como un gesto de reequilibrio.

Si hay un nombre que gravita en todas las conversaciones con peso propio es el de Pietro Parolin. Secretario de Estado desde 2013, diplomático de carrera, sobrio, cerebral, con una agenda internacional que impresiona hasta a los embajadores de Naciones Unidas. El cardenal Parolin representa el equilibrio perfecto entre continuidad institucional y mano firme.

Además, se podría decir que es el candidato del establishment vaticano: quien mejor conoce los pasillos, los códigos y las sutilezas de la política interna romana. Para muchos, sería una vuelta al “modelo Juan Pablo II”, donde el Papa actúa más como jefe de Estado que como pastor disruptivo. Su principal ventaja es que no necesita convencer a nadie de que está preparado. Su principal debilidad es que, a esta altura, quizá todos sepan demasiado bien quién es y qué haría.
Otro nombre que no deja de repetirse es el del húngaro Péter Erdő, teólogo brillante, más conservador, con una imagen de seriedad eclesiástica que tranquiliza a muchos dentro del Colegio. Aunque se reconoce su “frialdad política”, hay quienes lo ven como el candidato de la restauración silenciosa. Además éste está en un claro alineamiento con el presidente de su país, Viktor Orban, al estar en contra de la inmigración y matrimonio homosexual.

Pero la interna no se juega solo en torno a nombres. Entre las sotanas también se afilan puñales. El brasileño Odilo Scherer fue víctima de filtraciones hace años que lo mostraban como un operador más que como un pastor. ¿Casualidad? En absoluto. Su imagen quedó tan dañada que ni siquiera logró consolidar el bloque latinoamericano en su favor. En la elección de 2013, esas maniobras le costaron la silla. Esta vez, sus chances son aún menores.
Y claro, está el factor latinoamericano. ¿Podría haber otro Papa de esta región? Las apuestas son pocas, pero el paraguayo Adalberto Martínez, primer cardenal de su país, ha sido mencionado. Aunque sus posibilidades reales son limitadas, su presencia señala algo más importante: la atención del cónclave no está puesta sólo en Europa.

El silencio del argentino Víctor “Tucho” Fernández -que parecía iba a permanecer hasta el inicio del cónclave- se mantuvo hasta el viernes. Salió a lamentar, con tono entre dolido e indignado, que haya “deshonestos” que distorsionan las palabras de Francisco para sus propios fines. Una defensa enfática que, más que bajarle el tono a la interna, dejó expuesta la tensión entre el núcleo duro bergogliano y sus detractores.
Porque si algo demuestra esa declaración, es que hay fuego cruzado. Y que Fernández, lejos de replegarse, eligió ponerse en la línea de batalla. No está en carrera, pero muchos ven en él a un articulador del voto latinoamericano, clave para inclinar la balanza si las primeras votaciones se estancan. Su cercanía con Francisco lo convierte en una figura estratégica, aunque no papable.

La gran incógnita sigue siendo si el próximo pontífice será un “Francisco II” o el giro conservador que muchos esperan. Todo dependerá de cómo se organicen los bloques. Los cardenales africanos, por ejemplo, cada vez más numerosos, podrían inclinar la balanza si votan en bloque. ¿Y si lo hacen? No sería impensable que un perfil como el del guineano Robert Sarah, ultra conservador y ya en edad avanzada, resurja como candidato de compromiso si el cónclave se empantana.

También la geopolítica se cuela, porque el papado ya no es solo un asunto teológico. Al menos Francisco dejó demostrado que también es diplomacia. ¿Qué relación tendrá el próximo Papa con Rusia, China o Estados Unidos? ¿Qué hará frente al auge de la inteligencia artificial, el colapso climático o el avance de las derechas teocráticas? ¿Será un líder espiritual con vocación global o un CEO doctrinal vestido de blanco?
Esta semana, los ojos de millones estarán puestos en la chimenea de la capilla sixtina. ¿Quién será el elegido? Imposible saberlo. Lo que sí, es que deberá cargar con un doble mandato: sanar una institución fracturada y mantenerla relevante en un mundo que cada vez la escucha menos. Aunque la gran duda detrás de todo es: ¿el humo blanco será señal de paz o de la próxima tormenta?