Guerra fría, pero con delivery: China cede tierras raras y Wall Street festeja

Washington y Beijing sellaron un pacto que, aunque tímido, descomprime la pulsada global por el control tecnológico. El Tesoro presiona para que sea “confiable”. ¿Acuerdo geopolítico real o táctica electoral con sabor a litio?

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El acuerdo que no esperaba nadie llegó desde Oriente y sacudió los cimientos del tablero geopolítico. En una jugada inesperada, el expresidente Donald Trump anunció que Estados Unidos cerró un acuerdo comercial preliminar con China para el suministro de tierras raras, materiales esenciales para la industria aeroespacial, militar y tecnológica. La noticia llegó en medio de la campaña electoral estadounidense y fue celebrada como un triunfo diplomático, aunque aún queden muchos puntos abiertos.

El acuerdo se firmó en Washington y prevé que empresas chinas provean de tierras raras a industrias estadounidenses durante los próximos 24 meses. Aunque no se especificaron volúmenes ni valores, las tierras raras son consideradas el “petróleo del siglo XXI”, claves para la fabricación de chips, misiles inteligentes, vehículos eléctricos y sistemas de defensa avanzados.

El gesto de China sorprende por su momento: mientras en el plano militar crecen las tensiones por Taiwán y en lo económico el Tesoro estadounidense exige transparencia y confiabilidad en los vínculos, el gigante asiático parece buscar distensión. En palabras del secretario del Tesoro norteamericano, el acuerdo "puede ser pequeño, pero al menos las relaciones no empeorarán". Y advirtió a Beijing que “si quiere ser un socio confiable, debe demostrarlo en los hechos”.

El mercado reaccionó con moderado optimismo. El acuerdo no garantiza una paz duradera ni representa un desbloqueo completo de la guerra comercial, pero sí marca una pausa en la escalada de sanciones mutuas y trabas arancelarias. La Bolsa de Nueva York y el Nasdaq abrieron en alza tras conocerse la noticia, especialmente en sectores vinculados a la electrónica, defensa y movilidad sustentable.

Para Trump, este entendimiento llega con oportunismo quirúrgico. Lo presentó como una victoria personal y estratégica en un escenario de creciente competencia con Joe Biden. La Casa Blanca aún no hizo comentarios oficiales, pero dentro del Congreso ya se escuchan voces críticas que advierten sobre la dependencia tecnológica y la necesidad de diversificar proveedores.

Mientras tanto, analistas geopolíticos ven en este paso una señal más compleja: una China que negocia mientras rearma su músculo regional y global, y un Estados Unidos que busca contener la inflación en sectores clave mientras transita la recta final hacia las presidenciales de noviembre.

En definitiva, más que un acuerdo definitivo, lo sellado entre EE.UU. y China parece una tregua táctica con efectos inmediatos en los mercados, pero que no resuelve el choque sistémico entre las dos grandes potencias del siglo XXI. Para los países emergentes, y para economías como la argentina que observan desde la periferia, se abre un nuevo capítulo: menos margen para exportaciones con valor agregado tecnológico, más competencia por el acceso a materias primas, y un juego cada vez más cerrado entre los gigantes del tablero global.

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