Alejandra "Locomotora" Oliveras, quien murió esta tarde, catorce días después de haber sufrido un ACV en la ciudad de Santa Fe, fue una luchadora tanto en el ring, como en su vida propia, desde el día que nació. Por su carácter, estos condicionamientos no la destruyeron, sino todo lo contrario: le imprimieron fuerza para rehacerse desde la raíz, formarse como deportista y también militar por causas sociales.

Además de su carrera deportiva, Oliveras se destacó por su activismo en favor del boxeo femenino. Denunció públicamente la desigualdad de condiciones entre hombres y mujeres en el deporte, especialmente en lo económico, y cuestionó el trato que reciben las boxeadoras profesionales. Fuera del ring, fundó el “Team Locomotora” en Santo Tomé, Santa Fe, donde ofrecía entrenamientos gratuitos para jóvenes de bajos recursos. Durante la pandemia de Covid-19 organizó colectas de alimentos y asistencia social.

En 2021 fue candidata a diputada nacional por la provincia de Santa Fe, representando al partido Unite. En abril de 2024 fue incorporada además al Ministerio de Seguridad de la Nación, donde trabajó en el área de Seguridad en Eventos Deportivos. Ese mismo año se sumó al Salón de la Fama del Boxeo Latinoamericano, convirtiéndose en la primera mujer argentina en recibir esa distinción.

Infancia de extrema pobreza

 

Nacida en Jujuy y criada en Córdoba, Alejandra forjó su carácter desde la infancia en un contexto de extrema pobreza y hambre. Trabajaba en el campo con su familia; pero ella siempre vio esas experiencias como sus "maestras", fundamentales para aprender a superar cada obstáculo y valorar lo más simple, como "un sándwich de mortadela y mate cocido".

Se definía como una "trotamundos" y decía que se sentía en casa en cualquier rincón del mundo, siempre impulsada por la promoción de la salud, la alegría y la felicidad.

"La vida te va a tirar, pero es esencial levantarse y seguir viviendo, porque la vida es hermosa y tiene sentido", fue una de sus frases más representativas. Esta filosofía de resiliencia la acompañó siempre, convencida de que cualquier desafío, por doloroso que sea, puede superarse con la "fuerza del corazón".

La violencia de género en carne propia

 

La vida de Alejandra Oliveras también estuvo signada por una cruda realidad que visibilizó para inspirar a otras mujeres que atravesaran la misma situación. En el libro "Las Parturientas" de Agustina Kämpfer, la exboxeadora relató el infierno de la violencia de género que sufrió en su adolescencia.

Ella soñaba con tener una familia. Fue madre a los 15 años. Convivió con su pareja, un hombre que le doblaba la edad, en un galpón precario, desprovisto de servicios básicos. "Allí sobreviví embarazada, mientras cargaba 20 litros de agua cada mañana para poder bañarme y cocinar", confesó en la publicación.

Con el embarazo llegaron los insultos, los golpes y el hambre. Pero el momento más desgarrador ocurrió cuando descubrió una marca de maltrato en la espalda de su bebé, de apenas dos días de vida. Al confrontar a su pareja y gritarle "¡asesino!", ella misma recibió el primer golpe directo.

"Javier no quería hacer nada, se la pasaba jugando a la pelota. De vez en cuando concretaba alguna changa y con lo que ganaba comíamos una semana, pero si esa plata se acababa, cenábamos el pan duro que sobraba en la panadería de un tío de él", recordaba en algunos pasajes del libro.

A pesar de la dura situación, mantuvo la violencia en secreto. No podía pedir ayuda a sus padres, quienes de todas formas solían acercarle algo de comida, aunque ellos mismos vivían con lo justo.

Desesperada por la falta de recursos y el maltrato, Alejandra tomó una bordeadora prestada y salió a cortar pasto, juntando monedas para comprar arroz y pan. En secreto, en aquella pequeña habitación donde vivían, realizaba flexiones de brazos, fortaleciendo su cuerpo, ese mismo al que de niña apodaron "la tractorera" por ayudar a su padre con la cosechadora.

"Sabía que tarde o temprano iba a poder defenderme sola", rememoraba Oliveras. Y ese día llegó: cuando su agresor la empujó una vez más, ella cerró el puño, lo golpeó, lo tumbó y se marchó. Con una bolsa de residuos en una mano y su hijo en la otra, cruzó todo el pueblo a pie, sin que nadie la ayudara.

Finalmente, llegó a casa de sus padres en Alejandro Roca, un pequeño pueblo a 305 kilómetros de Córdoba capital. "Mi familia me recibió bien, mi papá me pidió que fuera fuerte y me quedara con ellos", recordó emocionada. Javier intentó buscarla varias veces, prometiendo cambios y llorando, pero Alejandra le juró por su hijo que nunca volvería con él. Y cumplió.

La lucha en el ring y en la vida

 

El boxeo fue para Oliveras la máxima expresión de su espíritu luchador. Para ella, el ring era una extensión de la existencia misma: "La vida es una dura pelea, similar al boxeo, donde uno se enfrenta a muchos «golpes» como la pérdida o la traición". Luego de seis títulos mundiales, demostró ser una gladiadora incansable, dentro o fuera del cuadrilátero.

Su camino hacia el éxito fue singular. Tras dejar el colegio debido a su embarazo, Alejandra se dedicó a "changuear", buscando cualquier oportunidad para salir adelante. "Iba casa por casa vendiendo empanadas, alfajores o si observaba el pasto alto en los domicilios me ofrecía para cortarlo", contó en una ocasión a El Litoral.

Su buen desempeño en la primaria le permitió una oportunidad inesperada: "Ser buena alumna en la primaria me dio la posibilidad de aprender a leer, entonces me emplearon para leer el diario en un programa de radio”, relató sobre sus inicios.

Fue precisamente en ese programa radial donde su destino dio un giro. "Yo siempre admiré a Mike Tyson. Era mi ídolo de chiquita y quería ser una boxeadora como él", confesó. Un día, leyendo el diario al aire, encontró una noticia sobre la salida de prisión de Tyson. Espontáneamente, exclamó: "¡Cómo me gustaría ser boxeadora!".

Esa frase llegó a oídos de un exboxeador del pueblo que la estaba escuchando. Pocos minutos después, el hombre apareció en el estudio preguntando: "¿Quién dijo que quiere boxear?". Alejandra respondió con decisión: "¡Yo quiero!". Al mes, él organizó un festival de boxeo con una chica del pueblo, y así, de manera fortuita, comenzó su carrera.

Pero su ascenso no fue sencillo. Oliveras recordaba haber enfrentado discriminación en el ambiente boxístico, siendo tildada de "macho" o "travesti" por ser mujer en un deporte históricamente dominado por hombres.

Sin embargo, lejos de amedrentarse, usó esas experiencias como combustible para fortalecer su determinación. Sus vivencias de superación de la pobreza, según ella misma, la prepararon para cada desafío dentro del cuadrilátero, forjando la "Locomotora" que todos conocimos.

La causa social y la arena política

 

A partir de la sabiduría de sus años en el boxeo, Oliveras decidió que era tiempo de una nueva "lucha": la social y política. Sentía una conexión profunda con la gente humilde, ya que provenía de un entorno similar y comprendía el hambre y el frío.

"La gente me ama por mi sinceridad, mi defensa de la justicia y la igualdad, y mi lucha contra la obesidad, que considero una enfermedad", afirmaba. Su sensibilidad ante la pobreza en los barrios la impulsó a querer ayudar, especialmente a los niños, sin una agenda política preestablecida.

En 2021, dio el salto a la política como candidata a diputada nacional por el partido de extrema derecha Unite Santa Fe. Desde abril de 2024, su experiencia y compromiso fueron reconocidos al ser contratada por el Ministerio de Seguridad de la Nación, bajo la órbita de Patricia Bullrich, para sumarse a la Dirección Nacional de Seguridad en Eventos Deportivos.

Este 2025, su compromiso con su provincia la llevó a presentarse como candidata a convencional constituyente por el Frente de la Esperanza en Santa Fe, resultando electa en mayo. Su propuesta más destacada: incluir el deporte como un derecho constitucional, argumentando su impacto crucial en la salud, la inclusión social y la prevención de adicciones, temas que siempre la apasionaron.

Hace 15 años, la vida de Alejandra Oliveras tomó un nuevo rumbo al establecerse en la provincia de Santa Fe. Fue el reconocido entrenador Amílcar Brusa quien la trajo a la capital, donde, a base de esfuerzo, Oliveras consolidó una parte importante de su carrera, ganando seis títulos mundiales mientras entrenaba intensamente.

Desde 2010, Santa Fe se convirtió en su hogar y, en 2018, coronó este arraigo con la apertura de su gimnasio en la vecina ciudad de Santo Tomé: "Acá vienen mujeres golpeadas, les cambiamos la mente y les salvamos la vida todos los días", decía.

En 2020 concretó otro de sus proyectos, la apertura de un gimnasio de boxeo social en barrio Alfonso de esta ciudad. Este espacio, más allá de ser un lugar de entrenamiento, representa su profundo compromiso con la comunidad, ofreciendo a niños y jóvenes de barrios vulnerables la oportunidad de practicar deporte gratuitamente, recibir alimentación y ser incentivados a continuar con sus estudios.

El mensaje final de Alejandra para la gente de Santa Fe y Santo Tomé siempre fue claro: "No se rindan en tiempos difíciles". Los animaba a seguir luchando, enfatizando que "si luchás, tenés la oportunidad de ganar, pero si te rendís, perdés".