“No puedo actuar de narco ni de chorra. Pero de asesina sí, porque soy fiel en la cárcel”.
Así definía su personaje Alejandra Locomotora Oliveras en su debut actoral, poco antes de que la vida la obligara a soltar los guantes. Y también las cámaras.
La Locomotora no era ajena a la televisión. En 2007, participó en Bailando por un sueño y, aunque fue eliminada en las primeras galas, su presencia explosiva y genuina dejó marca. A lo largo de los años, visitó decenas de programas, siempre con la misma impronta: sonrisa amplia, frases directas y una historia de superación que emocionaba sin esfuerzo.

Lo que nadie imaginaba era su desembarco en la ficción. El 14 de agosto, Netflix estrenará En el barro, spin-off de El Marginal, y Oliveras fue convocada para interpretar a una interna con códigos, fuerza y lealtad. No era una actriz profesional. Pero tampoco necesitaba serlo. Su sola presencia tenía el peso de una biografía real, de esas que el guión apenas puede alcanzar.

“Estoy feliz, actué en una serie con mucha acción, muchas piñas. ¡Imperdible!”, escribió en redes, promocionando su participación pocos días antes de sufrir un ACV isquémico que la mantuvo internada durante semanas, se convirtió en su última publicación en redes.
La serie, aún sin estrenarse, ya se convirtió en testamento: Oliveras no solo actúa, habita. Encarna a esa mujer que la vida forjó en la calle, en el ring y en los márgenes. Su personaje, una presa combativa, leal y desafiante, no es solo ficción sino la voz de muchas. Fue también una última pelea ganada en pantalla.
La potencia de Alejandra en En el barro no se mide en minutos al aire. Se mide en impacto. En cómo una figura nacida del esfuerzo y la adversidad, que entrenaba gratis a jóvenes en su gimnasio y usaba sus redes como herramienta de transformación social, encontró en la ficción una forma más de decir lo que siempre gritó: que nunca hay que rendirse.

Porque su personaje no fue decorativo. Fue coherente. Fue testimonial. Como si el guion supiese que su historia merecía ser contada también desde la pantalla. Con barro, con rejas, con mirada dura, pero con el mismo corazón enorme que le permitió dentro y fuera del ring convertir cada caída en motor.
La despedida que conmovió al país
La noticia de su muerte provocó una cadena de homenajes y despedidas: Desde Patricia Bullrich, que destacó su energía arrolladora, hasta Hernán Drago, que rompió en llanto en vivo. También figuras como Pampita, Laurita Fernández, Ángel de Brito, Momo Benavides, Georgina Barbarossa, L-Gante y hasta Martín Rechimuzzi se sumaron con palabras de respeto, dolor y gratitud.
No fue un adiós silencioso. Fue un aplauso unánime. Porque no se fue solo una campeona. Se fue una figura popular, entrañable, real. Que hablaba de frente, que incomodaba, que emocionaba. Y que hasta el final, eligió sumar, compartir, luchar.
Hay personajes que logran algo extraño: ser ficción y verdad al mismo tiempo. Alejandra Oliveras lo consiguió. Desde el ring hasta la pantalla, su figura quedó grabada en la memoria colectiva como sinónimo de coraje, entrega y verdad.
En el barro será su legado final, pero también un espejo de todo lo que fue. Porque cuando una vida se vivió con tanta intensidad, la muerte no alcanza para clausurarla. Su última escena, aunque breve, ya es historia.